LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL HA CREADO UN CONTEXTO DE IMPUNIDAD DE LAS
TRANSNACIONALES.
Juan
Hernández Zubizarreta, Erika González, Pedro Ramiro. Editores del “Diccionario
crítico de empresas transnacionales” (Icaria, 2012).
En los últimos cien años, mientras ha ido avanzando el
capitalismo global y los Estados-nación han venido cediendo parte de su
soberanía en cuanto a las decisiones socioeconómicas, las empresas
transnacionales han logrado ir consolidando y ampliando su creciente dominio
sobre la vida en el planeta. Y es que aunque, en realidad, los antecedentes de
lo que hoy son las compañías multinacionales pueden situarse varios siglos
atrás –se habla de la existencia de empresas de este tipo ya a finales de la
Edad Media, con los ejemplos de la Banca de los Médici o la Compañía de
Indias–, no es hasta finales del siglo XIX y principios del XX, cuando
compañías estadounidenses como General Electric, United Fruit, Ford y Kodak
comienzan a extender sus negocios fuera de su país de origen, en que las
grandes corporaciones empiezan a adquirir un papel de extraordinaria relevancia
en el concierto internacional. Y eso se potencia, especialmente, en las tres
últimas décadas del siglo pasado y en lo que va de este, ya que el avance de
los procesos de globalización económica y la expansión a escala planetaria
global de las políticas neoliberales han servido para construir un entramado
político, económico, jurídico y cultural, a nivel global, del que las empresas
transnacionales han resultado ser las principales beneficiarias.
Las transnacionales tienen una extraordinaria influencia
sobre la sociedad en el terreno cultural y en el plano jurídico Es evidente el
poder que, en términos económicos, tienen las corporaciones transnacionales.
Basta comprobar, por ejemplo, cómo la mayor empresa del mundo, Wal-Mart, maneja
un volumen anual de ventas que supera la suma del Producto Interior Bruto de
Colombia y Ecuador, mientras la petrolera Shell tiene unos ingresos superiores
al PIB de los Emiratos Árabes Unidos. Asimismo, las compañías multinacionales
disponen de un innegable poder político: son moneda de uso corriente las
estrechas relaciones entre gobernantes y empresarios, no hay más que ver cómo,
por citar solo algunos casos, los expresidentes González, Aznar, Blair y
Schröder han entrado en el directorio de corporaciones como Gas Natural Fenosa,
Endesa, JP Morgan Chase y Gazprom, respectivamente; de la misma manera que, en
sentido contrario, Mario Draghi y Mario Monti pasaron de Goldman Sachs a las
presidencias del Banco Central Europeo y del gobierno italiano.
Igualmente, las empresas transnacionales poseen una
extraordinaria influencia sobre la sociedad tanto en el terreno cultural –las
grandes compañías emplean la publicidad y las técnicas de marketing para
consolidar su gran poder de comunicación y persuasión en la sociedad de
consumo– como en el plano jurídico: los contratos y las inversiones de las
multinacionales se protegen mediante una tupida red de convenios, tratados y
acuerdos que conforman un nuevo Derecho Corporativo Global, la llamada lex
mercatoria, con el que las grandes corporaciones ven cómo se protegen sus
derechos a la vez que no existen contrapesos suficientes ni mecanismos reales
para el control de sus impactos sociales, laborales, culturales y ambientales.
Ha de avanzarse en la
reflexión y la construcción de alternativas que nos permitan mirar más allá del
capitalismo.
Todo este poder que han acumulado las empresas
transnacionales se ha venido acrecentando, de forma acelerada, desde los años
setenta hasta hoy. Esto es, desde que con la aplicación de las medidas
económicas promovidas por Milton Friedman y la Escuela de Chicago, el
neoliberalismo fue imponiendo su ideología por todo el globo aprovechando los
golpes militares, las guerras, las catástrofes naturales y las sucesivas crisis
económicas para introducir drásticas reformas sin apenas oposición popular en
el marco de “la doctrina del shock”. En los últimos cuatro años, desde que
estalló el crash financiero global, y siguiendo la máxima de “privatizar las
ganancias y socializar las pérdidas”, las instituciones que nos gobiernan están
aplicando en Europa las mismas políticas que se llevaron a cabo en los países
periféricos en las décadas de los 80 y 90: reformas laborales que recortan
derechos laborales básicos, modificación del sistema de jubilaciones para
favorecer los planes de pensiones privados, aumento de los impuestos indirectos
y de la fiscalidad sobre las rentas del trabajo, reducción de la tributación de
empresas y grandes fortunas, mercantilización de los servicios públicos que
todavía quedan por privatizar, eliminación de la inversión pública en
educación, sanidad, cooperación, dependencia, etcétera.
De este modo, mientras se inyectan presupuestos públicos
millonarios a las mismas empresas que durante todos estos años se han
beneficiado de la falta de regulación del sistema económico y financiero, la
crisis es la excusa para avanzar con más fuerza en el desmantelamiento del
Estado del Bienestar, la privatización de los bienes comunes y la apertura de
puertas al capital transnacional para que pueda controlar más y más cuestiones
que tienen que ver con los derechos fundamentales de la ciudadanía.
Las compañías multinacionales controlan los sectores
estratégicos de la economía mundial: la energía, las finanzas, las
telecomunicaciones, la salud, la agricultura, las infraestructuras, el agua,
los medios de comunicación, las industrias del armamento y de la alimentación.
Y la crisis capitalista no ha hecho sino reforzar el papel económico y la
capacidad de influencia política de las grandes corporaciones, que tan pronto
hacen negocio con los recursos naturales, los servicios públicos y la
especulación inmobiliaria, como con los mercados de futuros de energía y
alimentos, las patentes sobre la vida o el acaparamiento de tierras. Asistimos
a una crisis sistémica que no es solo económica, sino también ecológica, social
y de cuidados, que está produciendo estragos en las condiciones de vida de la
mayoría de la población mundial.
En este complejo contexto, resulta imprescindible continuar
con la investigación, el análisis, la denuncia y la movilización en contra de
los abusos que cometen las empresas transnacionales en su expansión por todo el
globo. Porque, lejos de debilitarse con la actual crisis económica y
financiera, el hecho es que las grandes corporaciones continúan fortaleciendo
su poder e influencia en nuestras sociedades gracias a sus renovadas estrategias
corporativas y a la constante aplicación de nuevos modelos de negocio. Por eso,
a la vez que se profundizan las desigualdades y las mayorías sociales ven cómo
sus derechos quedan relegados frente a la protección de los intereses
comerciales y los contratos de las compañías multinacionales, se hace más
necesario que nunca fortalecer las luchas y resistencias en contra de las
empresas transnacionales. A la vez, ha de avanzarse en la reflexión y la
construcción de alternativas socioeconómicas que nos permitan mirar más allá
del capitalismo, abriendo ventanas hacia esos otros modelos posibles, otras
realidades que no pasen por situar a las grandes corporaciones en el centro de
la actividad de la sociedad sino que, justamente al contrario, las desplacen a
un lado para colocar en su lugar a las personas y a los procesos que hacen
posible la vida en nuestro planeta.
Un mercado controlado
por pocas empresas.
¿Qué son las transnacionales? Una empresa transnacional (o
multinacional) es aquella empresa que está constituida por una sociedad matriz
creada conforme a la legislación del país en que se encuentra instalada, que se
implanta a su vez en otros países mediante inversión extranjera directa, sin
crear empresas locales o mediante filiales, de acuerdo a las leyes del país de
destino. Aunque tenga la apariencia jurídica de una pluralidad de sociedades,
en lo esencial se constituye como una unidad económica con un centro único con
poder de decisión.
El poder en pocas manos En el año 2010, había 80.000
empresas transnacionales en todo el mundo, que controlaban 810.000 compañías
filiales. Eso sí, a pesar de que existen miles de transnacionales en el mercado
global, apenas unos cientos de ellas controlan a las demás: 737 multinacionales
monopolizan el valor accionarial del 80% de total de las grandes compañías del
mundo, y solo 147 controlan el 40% de todas ellas.
Publicado en el
periódico DIAGONAL, noviembre 2013.