Dásela

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martes, 28 de enero de 2014

CHARLA-DEBATE: VIII EDICIÓN FORO MIGRANCES Y SITUACIÓN POLÍTICA EN MALI

Juan Montero estará en el Café D´Espacio el próximo viernes 31 a las 19.30 horas. 

Entre los días 16 y 18 de diciembre de 2013 se celebró en Bamako (Malí) la Octava Edición del Foro Migrances bajo el lema: “Reconciliación, reconstrucción y seguridad humana en Mali: Diálogo entre migrantes, sociedad civil y autoridades”. Este Foro comenzó a realizarse en el año 2006 tras los acontecimientos acaecidos un año antes en las vallas de Ceuta y Melilla y que acabaron con la vida de varios emigrantes.
Coincidiendo con las fechas de celebración de este Foro, tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Mali con las que se pretendía cerrar la crisis abierta en el país tras el golpe de Estado del 22 de marzo de 2013.
El compañero Juan Montero participó en el citado Foro y presentó una ponencia titulada "Canarias, plataforma de agresión" en la que denunciaba la progresiva militarización de Canarias y el uso geoestratégico de nuestro territorio.

Desde el Foro Solidaridad 2.0 nos ha parecido interesante aprovechar esta oportunidad para conocer de cerca el desarrollo de los debates del Foro Migrances 2013 así como la situación política en Mali. Con esta actividad pretendemos seguir contribuyendo al encuentro y debate entre las personas y colectivos interesados en la causa de la solidaridad internacional. Por ello les invitamos a participar en la charla-debate que tendrá lugar el próximo viernes 31 de enero a  las 19.30 horas en el Café d’Espacio.

lunes, 13 de enero de 2014

Manifiesto del Foro Solidaridad 2.0

El Foro Solidaridad 2.0 nace al calor de la preocupación de un grupo de personas vinculadas a diferentes colectivos de solidaridad y/o cooperación internacional, sobre la instrumentalización de las políticas de cooperación, de su débil y contradictorio papel a favor del desarrollo de los pueblos y de la crítica misma del concepto de desarrollo que orienta la mayoría de los proyectos de cooperación.

Nuestra visión crítica de la cooperación se asienta en el rechazo a su utilización como forma de legitimación de los estados donantes ante su propia ciudadanía, del dominio del enfoque privado sobre las políticas públicas y de la degradación de la solidaridad transformada en una forma individual de consumo.
Pretendemos ser un colectivo que trabaja desde la perspectiva de la solidaridad internacionalista. Basada en la denuncia del orden económico y político internacional, así como en una posición independiente y crítica respecto a las políticas exteriores y de cooperación de los gobiernos.
Creemos que ya no es posible seguir anclados/as en una solidaridad de carácter paternalista, en donde los llamados países del norte nos solidarizábamos con la situación de nuestros hermanos y hermanas del sur, sino que ahora, en gran medida por la crisis, nos reconocemos como sur, nuestros problemas son los suyos, estamos ante una solidaridad más primigenia y de apoyo mutuo.
Entendemos por solidaridad el conjunto de acciones emprendidas por un grupo de actores sociales en apoyo a poblaciones que sufre una situación de vulnerabilidad social. Acciones encaminadas a lograr la emancipación de ese grupo de personas, a lograr el cese de la amenaza de interferencia arbitraria por parte de otros agentes o grupos de agentes en posición social dominante. Para nosotros/as, a diferencia de la caridad, la solidaridad tiene una dimensión política. Pues implica una voluntad de acabar con el estado de vulnerabilidad de un grupo social, lo que a su vez implica, una voluntad de cambio socioeconómico, político y jurídico-institucional.
Hoy, tanto el incremento de la inseguridad humana, como los nuevos conceptos del desarrollo y de la sostenibilidad han abierto una brecha en las convenciones existentes situando los retos de la solidaridad en un plano distinto. Es cada vez más aceptado que el camino hacia un desarrollo humano sostenible  en el mundo difícilmente podrá ser transitado sin alterar las pautas de funcionamiento sobre las que se ha asentado el bienestar de los países ricos. En estas circunstancias, hablar de solidaridad cobra mucho más sentido que hablar de ayuda. Los retos del desarrollo aparecen hoy directamente relacionados con la redistribución de los recursos y no tanto con la transferencia de éstos de unas sociedades hacia otras.
Durante varias décadas, la misión fundamental de las llamadas ONGDs se ha centrado en la transferencia de recursos hacia los países del Sur, jugando un papel complementario al llevado a cabo por los gobiernos, mediante la puesta en marcha de proyectos y programas de carácter fundamentalmente asistencial. Sin embargo, esta manera de actuar en el campo de la cooperación, generadora de no pocas inercias, ha comenzado a entrar en crisis como consecuencia de los cambios producidos en la economía y la política mundiales.

De una concepción del desarrollo basada en buena medida en la acción de los poderes públicos y los organismos multilaterales, se ha pasado a otra en la que la liberalización económica y el desmantelamiento del Estado constituyen las principales señas de identidad. Y de una concepción de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) basada en el fortalecimiento de las políticas de desarrollo se ha pasado a otra en la que la acción humanitaria ocupa la mayor parte de los esfuerzos. Esto último, en buena medida, es la consecuencia del desamparo en el que las políticas liberalizadoras han dejado a centenares de millones de personas en todo el mundo. Una inseguridad caracterizada por la ausencia de medios de subsistencia, por el aumento de las desigualdades, por las crisis medioambientales, por los desplazamientos masivos y forzados de población, por el aumento de los conflictos, la generalización de la violencia y la violación de los derechos humanos.

En este nuevo contexto en el que se inserta la cooperación al desarrollo de nuestros días, la acción política cobra una importancia cada vez mayor. Frente al concepto tradicional de cooperación que ha descansado sobre la idea de países donantes y países receptores, de unos que podían aportar recursos y conocimientos que los otros no tenían se impone la necesidad de generar acciones que impulsen una solidaridad basada en el empoderamiento, en la apuesta por contribuir a la expansión de las capacidades y libertades humanas.

Desde la década de los 90 se han venido desarrollando experiencias novedosas de solidaridad internacional, en muchas de las cuales confluyen las ONGs, los sindicatos y los nuevos movimientos sociales. Movimientos como el pacifista, feminista o ecologista han abierto las puertas a nuevas formas de solidaridad y cooperación internacional que trascienden los márgenes del internacionalismo clásico y asumen otras preocupaciones como las relaciones de género o los problemas medioambientales.

La tarea de fortalecer las sociedades del sur, de promover la expansión de sus capacidades y libertades, requiere un tipo de solidaridad en la que todos los agentes sociales, y no sólo las ONGDs, tienen un papel que jugar. La lucha a favor del desarrollo humano sostenible requiere del concurso de un amplio abanico de agentes sociales tanto de los países ricos como de los más desfavorecidos.
Las tendencias a patrimonializar las acciones de cooperación concretadas en programas y proyectos deberían, desde nuestra perspectiva, dejar paso a una nueva orientación del trabajo basada en la preocupación por socializar la solidaridad, por incorporar a nuevos sectores a ésta. Para ello es preciso favorecer la idea de que todo el mundo tiene un hueco y un papel en la solidaridad, más allá de aportar dinero.
La solidaridad en la lucha por el desarrollo humano sostenible requiere más de la participación activa que del dinero. Y, por otra parte, éste siempre será mayor si la sociedad y sus diferentes organizaciones asumen una mayor corresponsabilidad  en la tarea de la cooperación. Se impone una acción coordinada y de gran calado a favor de una globalización de la solidaridad, que no puede quedarse en bellos discursos, sino que tiene que afrontar el debate sobre cuestiones concretas como la biodiversidad y la gestión global del medio ambiente, las desigualdades de género, la protección universal de los derechos humanos, la legislación sobre  el comercio o las inversiones extranjeras, la protección de los pueblos originarios, la deuda externa, los derechos laborales y, en general, todos aquellos asuntos que pueden condicionar el futuro de millones de personas.
Como foro de encuentro y debate pretendemos fortalecer la coordinación de acciones y la participación crítica de todas aquellas personas preocupadas por estas cuestiones. De quienes apuestan de manera decidida por la defensa de una cooperación solidaria y desinteresada, frente a visiones de la misma más condicionadas por intereses políticos o comerciales. Empeñados/as en la consolidación de un tejido social de cooperación y solidaridad preocupado por los fines, inquieto intelectualmente y altamente comprometido.
La solidaridad es hoy, más que nunca, una cuestión de compromiso. Compromiso con los/as más desfavorecidos/as, compromiso emancipador, compromiso político en la lucha por establecer un marco en el que la equidad, la justicia social, los derechos humanos y la preservación del medio ambiente sea la norma y no la excepción. Apostando por un enfoque alternativo que afirma la autonomía y la capacidad de crítica de las organizaciones y colectivos de solidaridad ante cualquier gobierno y que valora a éstos, no sólo por la cantidad de fondos de AOD, sino sobre todo por sus estrategias de cooperación y, muy especialmente, por la “coherencia de políticas” en el conjunto de la acción gubernamental. Éste es nuestro enfoque del compromiso solidario, el que creemos que corresponde a los colectivos que quieren ser “agentes de trasformación social”.
En plena era digital estas tareas no se pueden acometer sin instrumentos que faciliten la interacción entre las personas y colectivos interesados. El apelativo 2.0 quiere ser una señal inequívoca de nuestra apuesta por la comunicación bidireccional, por los espacios de debate y de intercambio de ideas, por la interacción fluida entre quienes estamos convencidos y convencidas- como concluyen los autores del libro en torno al que empezamos a debatir quienes impulsamos este foro- de que aún es posible una cooperación solidaria basada en una relación social y política igualitaria, articulada en las luchas y los movimientos sociales. Enlazando alternativas y trabajando por la revolución que necesita el siglo XXI para que todos los seres humanos vivan dignamente y en paz con la naturaleza[1].

Las Palmas de Gran Canaria, a 11 de mayo de 2013.



[1] Miguel Romero y Pedro Ramiro (2012): “Pobreza 2.0 Empresas, estados y ONGD ante La privatización de la cooperación al desarrollo” Icaria. Más Madera. Barcelona. 

domingo, 12 de enero de 2014

EL PODER DE LAS TRANSNACIONALES

LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL HA CREADO UN CONTEXTO DE IMPUNIDAD DE LAS TRANSNACIONALES.

Juan Hernández Zubizarreta, Erika González, Pedro Ramiro. Editores del “Diccionario crítico de empresas transnacionales” (Icaria, 2012).

En los últimos cien años, mientras ha ido avanzando el capitalismo global y los Estados-nación han venido cediendo parte de su soberanía en cuanto a las decisiones socioeconómicas, las empresas transnacionales han logrado ir consolidando y ampliando su creciente dominio sobre la vida en el planeta. Y es que aunque, en realidad, los antecedentes de lo que hoy son las compañías multinacionales pueden situarse varios siglos atrás –se habla de la existencia de empresas de este tipo ya a finales de la Edad Media, con los ejemplos de la Banca de los Médici o la Compañía de Indias–, no es hasta finales del siglo XIX y principios del XX, cuando compañías estadounidenses como General Electric, United Fruit, Ford y Kodak comienzan a extender sus negocios fuera de su país de origen, en que las grandes corporaciones empiezan a adquirir un papel de extraordinaria relevancia en el concierto internacional. Y eso se potencia, especialmente, en las tres últimas décadas del siglo pasado y en lo que va de este, ya que el avance de los procesos de globalización económica y la expansión a escala planetaria global de las políticas neoliberales han servido para construir un entramado político, económico, jurídico y cultural, a nivel global, del que las empresas transnacionales han resultado ser las principales beneficiarias.

Las transnacionales tienen una extraordinaria influencia sobre la sociedad en el terreno cultural y en el plano jurídico Es evidente el poder que, en términos económicos, tienen las corporaciones transnacionales. Basta comprobar, por ejemplo, cómo la mayor empresa del mundo, Wal-Mart, maneja un volumen anual de ventas que supera la suma del Producto Interior Bruto de Colombia y Ecuador, mientras la petrolera Shell tiene unos ingresos superiores al PIB de los Emiratos Árabes Unidos. Asimismo, las compañías multinacionales disponen de un innegable poder político: son moneda de uso corriente las estrechas relaciones entre gobernantes y empresarios, no hay más que ver cómo, por citar solo algunos casos, los expresidentes González, Aznar, Blair y Schröder han entrado en el directorio de corporaciones como Gas Natural Fenosa, Endesa, JP Morgan Chase y Gazprom, respectivamente; de la misma manera que, en sentido contrario, Mario Draghi y Mario Monti pasaron de Goldman Sachs a las presidencias del Banco Central Europeo y del gobierno italiano.

Igualmente, las empresas transnacionales poseen una extraordinaria influencia sobre la sociedad tanto en el terreno cultural –las grandes compañías emplean la publicidad y las técnicas de marketing para consolidar su gran poder de comunicación y persuasión en la sociedad de consumo– como en el plano jurídico: los contratos y las inversiones de las multinacionales se protegen mediante una tupida red de convenios, tratados y acuerdos que conforman un nuevo Derecho Corporativo Global, la llamada lex mercatoria, con el que las grandes corporaciones ven cómo se protegen sus derechos a la vez que no existen contrapesos suficientes ni mecanismos reales para el control de sus impactos sociales, laborales, culturales y ambientales.

Ha de avanzarse en la reflexión y la construcción de alternativas que nos permitan mirar más allá del capitalismo.

Todo este poder que han acumulado las empresas transnacionales se ha venido acrecentando, de forma acelerada, desde los años setenta hasta hoy. Esto es, desde que con la aplicación de las medidas económicas promovidas por Milton Friedman y la Escuela de Chicago, el neoliberalismo fue imponiendo su ideología por todo el globo aprovechando los golpes militares, las guerras, las catástrofes naturales y las sucesivas crisis económicas para introducir drásticas reformas sin apenas oposición popular en el marco de “la doctrina del shock”. En los últimos cuatro años, desde que estalló el crash financiero global, y siguiendo la máxima de “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”, las instituciones que nos gobiernan están aplicando en Europa las mismas políticas que se llevaron a cabo en los países periféricos en las décadas de los 80 y 90: reformas laborales que recortan derechos laborales básicos, modificación del sistema de jubilaciones para favorecer los planes de pensiones privados, aumento de los impuestos indirectos y de la fiscalidad sobre las rentas del trabajo, reducción de la tributación de empresas y grandes fortunas, mercantilización de los servicios públicos que todavía quedan por privatizar, eliminación de la inversión pública en educación, sanidad, cooperación, dependencia, etcétera.
De este modo, mientras se inyectan presupuestos públicos millonarios a las mismas empresas que durante todos estos años se han beneficiado de la falta de regulación del sistema económico y financiero, la crisis es la excusa para avanzar con más fuerza en el desmantelamiento del Estado del Bienestar, la privatización de los bienes comunes y la apertura de puertas al capital transnacional para que pueda controlar más y más cuestiones que tienen que ver con los derechos fundamentales de la ciudadanía.

Las compañías multinacionales controlan los sectores estratégicos de la economía mundial: la energía, las finanzas, las telecomunicaciones, la salud, la agricultura, las infraestructuras, el agua, los medios de comunicación, las industrias del armamento y de la alimentación. Y la crisis capitalista no ha hecho sino reforzar el papel económico y la capacidad de influencia política de las grandes corporaciones, que tan pronto hacen negocio con los recursos naturales, los servicios públicos y la especulación inmobiliaria, como con los mercados de futuros de energía y alimentos, las patentes sobre la vida o el acaparamiento de tierras. Asistimos a una crisis sistémica que no es solo económica, sino también ecológica, social y de cuidados, que está produciendo estragos en las condiciones de vida de la mayoría de la población mundial.
En este complejo contexto, resulta imprescindible continuar con la investigación, el análisis, la denuncia y la movilización en contra de los abusos que cometen las empresas transnacionales en su expansión por todo el globo. Porque, lejos de debilitarse con la actual crisis económica y financiera, el hecho es que las grandes corporaciones continúan fortaleciendo su poder e influencia en nuestras sociedades gracias a sus renovadas estrategias corporativas y a la constante aplicación de nuevos modelos de negocio. Por eso, a la vez que se profundizan las desigualdades y las mayorías sociales ven cómo sus derechos quedan relegados frente a la protección de los intereses comerciales y los contratos de las compañías multinacionales, se hace más necesario que nunca fortalecer las luchas y resistencias en contra de las empresas transnacionales. A la vez, ha de avanzarse en la reflexión y la construcción de alternativas socioeconómicas que nos permitan mirar más allá del capitalismo, abriendo ventanas hacia esos otros modelos posibles, otras realidades que no pasen por situar a las grandes corporaciones en el centro de la actividad de la sociedad sino que, justamente al contrario, las desplacen a un lado para colocar en su lugar a las personas y a los procesos que hacen posible la vida en nuestro planeta.

Un mercado controlado por pocas empresas.

¿Qué son las transnacionales? Una empresa transnacional (o multinacional) es aquella empresa que está constituida por una sociedad matriz creada conforme a la legislación del país en que se encuentra instalada, que se implanta a su vez en otros países mediante inversión extranjera directa, sin crear empresas locales o mediante filiales, de acuerdo a las leyes del país de destino. Aunque tenga la apariencia jurídica de una pluralidad de sociedades, en lo esencial se constituye como una unidad económica con un centro único con poder de decisión.

El poder en pocas manos En el año 2010, había 80.000 empresas transnacionales en todo el mundo, que controlaban 810.000 compañías filiales. Eso sí, a pesar de que existen miles de transnacionales en el mercado global, apenas unos cientos de ellas controlan a las demás: 737 multinacionales monopolizan el valor accionarial del 80% de total de las grandes compañías del mundo, y solo 147 controlan el 40% de todas ellas.


Publicado en el periódico DIAGONAL, noviembre 2013.